Ah de la poesía. ¿Nadie me responde?

Tácito, el historiador romano, sentía predilección por Petronio. Más allá de su talento como escritor satírico, admiraba de él su sentido de la elegancia y su gusto por lo sublime. Cuentan las crónicas romanas que se cortó las muñecas con una daga de plata y ordenó que se las vendaran de tal manera que pudiera detener la hemorragia o dejar que las heridas siguieran sangrando, a voluntad. Y mientras lánguidamente la vida se le escapaba, Petronio se dedicaba a comer carne de faisán, a beber vino de Bretaña, a ver cómo azotaban a sus esclavos y a hacer que tocaran el arpa y que le leyeran poemas. Dedicó su último esfuerzo, horas antes de expirar, a escribir su obra maestra: Las cartas a Nerón. Decía: No cantes. Envenena, pero no bailes; incendia, pero no temples la cítara; asesina, pero no hagas versos. Los ladridos de Cerbero serán para mí menos molestos que tu canto.

Y murió.

Poetas (o lo que seáis), no penséis que esas palabras iban dirigidas exclusivamente a Nerón. Daos por aludidos. No hagáis de la muerte de Petronio un grito en el desierto y por favor, dejad de escribir.

Poetastros, poetuchos, poetoides, poeteznos, poetuelos, poetajos, poetatos y poetorros, leed a Coelho, violad a las niñas, desahuciad a vuestros vecinos, besad a los antidisturbios, robadles la manta a los refugiados, abonaos a los toros, cometed las más atroces barbaridades que seáis capaces de imaginar, pero dejad, parad ya de escribir poemas.

Que vuestra alma dormida recuerde que el juego de escribir versos (que no es un juego) cuando no da vida, mata. Podéis escribir los versos más tristes esta misma noche, pero después, os lo ruego, sometedlos al silencio de la selva umbrosa y enterradlos allí, donde habite definitivamente el olvido.

Pido a Dios que no vuelva nunca más a atormentarme el dolor de vuestros oscuros golondrinos y que en el hoy y el mañana (ayer se fue), con pocos, pero doctos libros juntos, pueda levantar a los poetas (a los verdaderos poetas) una renovada torre de Dios, a partir de las ruinas de mi inteligencia.

Y en cuanto a vosotros…, amontonadores de versos, estupradores de las musas, abanderados de lo inane y lo manido…, os condeno a mil años de observar el ojo de Polifemo (como castigo por las largas horas de habernos hecho escuchar el vuestro ciego) en el fondo más remoto de su gruta, de rodillas, absortos y (sobre todo) mudos.

Hay que insistir en que Petronio, antes de morir, no se hizo rodear de filósofos, sino de poetas. Sabía que solamente los versos bien compuestos podrían darle una respuesta convincente al vacío existencial.

No olvidemos que la poesía desvela las conexiones misteriosas que unen al hombre con el mundo y que nosotros, los que no somos poetas, somos incapaces de advertir. La poesía es el lenguaje que emplea Dios (llamémoslo así) para comunicarse con nosotros, pero sólo unos pocos hombres conocen ese idioma y le saben responder: los poetas, obviamente.

Si no sabes sentar a la palabra en la mesa de operaciones y separar su significado terrenal de su significado divino, no eres un poeta.

Y si no lo eres, mejor no lo intentes. Mejor, de hecho, cállate. Y, en el mejor de los casos, sigue escribiendo novelitas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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