La hora estelar de los figurantes

Hace un poco más de diez años, el autor José Sanchís Sinisterra escribía Los figurantes, una obra de teatro en la que los personajes secundarios, ante la repentina desaparición de los protagonistas, deciden dar un paso adelante y hacerse cargo de la representación.

 Y yo me pregunto si este hombre, además de un excelente dramaturgo, no será también un visionario.

 Me refiero a que acaso estemos viviendo (o estemos empezando a vivir) el momento estelar de los figurantes.

 El momento de responsabilidad del SOLDADO III, de la MUJER I y de la UNA VOZ, que, desde los últimos rincones del escenario, donde reina la penumbra de la insignificancia, pronuncian su única frase y observan a sus compañeros protagonistas, cegados por los focos y ensoberbecidos por los aplausos.

 Ya quedan muy lejos las primeras representaciones (no digamos ya los ensayos) cuando todo el elenco, tanto protagonistas como comparsas, no eran más (ni menos) que las piezas pequeñas, pero imprescindibles, de un engranaje mayor.

 Hoy, sin embargo, a las figuras principales del espectáculo no les emociona estar representando a Hamlet o a Antígona. La gloria no es el personaje que encarnan, sino el instante del monólogo o la flor del camerino.

 Nos hemos quedado sin héroes ni heroínas. Ellos mismos, ingrávidos de pura banalidad, han subido a los cielos. Y a los figurantes no les ha quedado más remedio que abandonar su penumbra y ocupar el centro de la escena.

 Propongo una cosa: Abramos de par en par las puertas de este Gran Teatro del Mundo e inauguremos alegremente la hora estelar de los figurantes. Se trata de la mayor revolución jamás imaginada: Abandonar el individualismo y convertirnos en un ser común y en común.

 El público ya está empezando a levantarse y a mirar a los ojos a los actores, pero esta vez no para aplaudir, sino para gritar basta.

 Yo, como espectador, tengo la carne de gallina.

 

David Llorente

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