Morir queriendo morirse

La vida del ser humano es apenas el parpadeo de una luz que se enciende de repente entre esas dos infinitas oscuridades que son el antes de nacer y el después de morir. Es un instante tan miserablemente pequeño, que en ningún caso podemos identificar la vida con la existencia porque lo que existe, lo que de verdad es real y perdura, es la oscuridad, mientras que lo otro (la vida de cada uno) es una muesca en la penumbra, una falla en el negro armazón del tiempo, una mentira, una ficción, un sueño. Nos han enseñado a temer aquello que no vemos y apenas sospechamos y la literatura, que es el reloj y el termómetro de la Humanidad, lo corrobora con cientos de intentos de alejarse de la vida sin terminar de abandonarla: la locura, la ensoñación, la ebriedad, el recuerdo, la drogadicción, el misticismo…

En los siglos XX y XXI nos empezamos a dar cuenta de que no importa que la gente se muera si esa gente que se muere no se quiere morir. El verdadero problema es que la gente se muera queriendo morirse porque eso atenta frontalmente contra el mecanismo de poder que mejor funciona para terminar de doblegarnos, es decir, el miedo. Esa es la razón por la que se callan cuando cientos de miles de personas gritan de desesperación antes de ahogarse en el mar Mediterráneo y sin embargo se echan las manos a la cabeza y alzan la voz cuando Ángel le concede a María José el deseo de morir.

El miedo a la muerte por parte del ser humano es fundamental para que los sistemas de gobierno se sostengan. La eutanasia (junto al feminismo) es el ejército mejor armado de todos cuantos están al servicio de la libertad. No es solo que para morir únicamente haga falta estar vivo, sino que para vivir hay que (posterior e inexorablemente) morir. Si tanto esfuerzo imprimimos en vivir feliz, digna, libremente, ¿por qué no legislamos para feliz, digna, libremente morir?

Cuando, llegado el trance de la muerte, cualquier ser humano pueda tenderse en una cama limpia, rodearse de sus amigos, oír la música que más le gusta y acabar, será el momento en que los grandes rabadanes que escriben la historia a su antojo se echen a temblar porque el ser humano habrá perdido el miedo a la muerte y eso le habrá hecho dar un paso de gigante hacia la libertad y ya sabemos que no hay gobernante que sostenga la aguda mirada de la libertad sin convertirse en una estatua de mierda.

¿Qué miedo puede tener alguien que ya no teme a la muerte? ¿Puede toda una generación de personas que no temen a la muerte tener miedo a las amenazas del poder, a enfrentarse a las porras de la policía, a detener los abusos, a rebelarse contra el injusto, a gritar la verdad, a exponerse? No es ninguna casualidad que los gobiernos de las banderas y los gobiernos de las sotanas y los gobiernos de las hipotecas, que son los que prosperan con el miedo de la gente, sean contrarios a la muerte en paz de los demás.

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